El genetista Carles Lalueza-Fox recuerda en un libro su contribución a la 'reinvención' de especies desaparecidas.
El mamut es, sin duda, el candidato paradigmático para la des-extinción y del que más información genética y funcional se dispone en estos momentos. Entender los avances en el conocimiento de su fisiología y aspectos adaptativos nos ayudará a valorar las dificultades técnicas de la posible des-extinción. Su aspecto majestuoso y su gran tamaño (medían cerca de cuatro o cinco metros de altura en la cruz y pesaban entre seis y ocho toneladas) lo han convertido en el icono de los animales de la Edad del Hielo. Por razones difíciles de objetivar, solemos tener una conexión empática con ellos, igual que la tenemos con los elefantes actuales, en los cuales destacamos cualidades humanizantes, como la inteligencia, el cuidado parental o la memoria a largo plazo. Esto no se produce con otros animales que, en general, nos resultan menos simpáticos.
Esta fascinación por los mamuts no es actual; también la intuimos en los humanos que convivieron con ellos —y que con toda probabilidad contribuyeron a su extinción—. Encontramos representaciones suyas en numerosas pinturas rupestres del Paleolítico superior, como Chauvet o Pech Merle. En la cueva de Rouffignac (Périgord Negro), por ejemplo, hay más de 150 representaciones de mamuts (lo que constituye el 70% de todos los animales pintados allí y el 30% de todas las representaciones conocidas en Europa). También hay utensilios y figuras talladas en el marfil de sus colmillos. Quizás la evidencia más impresionante es la llamada figura Löwenmensch, procedente de la cueva alemana de Hohlenstein-Stadel y descubierta en 1939 (algunos fragmentos adicionales se descubrieron entre 1997 y 1998 y se pudieron encajar en la pieza original). La figura, tallada en un colmillo de mamut y datada en hace unos 40.000 años, tiene casi 30 centímetros de largo y es probablemente el ejemplo más antiguo de arte figurativo. Al mismo tiempo, su carácter claramente mágico le confiere un aire misterioso: muestra el cuerpo de un hombre con la cabeza de un león de las cavernas. Los mamuts no solo proporcionaban el soporte físico y la sustancia imaginativa para el mundo espiritual de los humanos de la Edad del Hielo; estos también utilizaron sus restos, que incluían huesos, colmillos y pieles, como elementos constructivos, funerarios e incluso como combustible.
Es probable que los mamuts también contribuyeran con su carne a alimentar a los cazadores paleolíticos, pero no está claro si los cazaron activamente ni cómo lo hicieron. A pesar de las numerosas representaciones heroicas en este sentido en diversos museos y libros, los detalles precisos de este tipo de cacería escapan a los expertos. Aunque la mayoría no tiene problemas en admitir que cazadores experimentados podrían camuflarse entre la hierba alta de la estepa mamútica y acercarse hasta estas enormes bestias (las cuales, como los elefantes actuales, es probable que no tuvieran muy buena vista), lo que podía ocurrir después es motivo de controversias. Si los atacaban de forma activa, ¿con qué armas lo hacían? No parece fácil que pudieran penetrar la enorme cubierta de pelaje y el tejido graso subcutáneo de un animal adulto con sus lanzas de puntas líticas.
En la iconografía arqueológica con frecuencia se representan trampas en forma de grandes agujeros donde los animales se precipitaban y donde los humanos los acababan de rematar; pero en las condiciones frías de Europa central y del este, donde el suelo estaría permanentemente congelado, no sería viable excavar dichos agujeros (aún hoy no podría hacerlo ni una potente máquina excavadora). Tampoco hay ninguna evidencia firme de que pudieran emboscarles y lanzarles una gran piedra en la cabeza desde un risco. Las acumulaciones de huesos en la Cotte de Saint-Brélade, en un acantilado de la isla de Jersey, se interpretaron como evidencia de caza colectiva y de que hicieron despeñarse por él a los mamuts para después aprovechar la carne, pero una reciente reinterpretación del yacimiento parece sugerir que son ejemplares no contemporáneos, sino transportados allí y acumulados a lo largo de muchas generaciones.
En 2003, en el yacimiento de Lugovskoe, en Siberia, se encontró una vértebra de mamut con una punta de lanza musteriense clavada, lo que indica que la caza por parte de los neandertales tuvo que ser una realidad. Pero todo parece indicar que debía de ser una actividad oportunista e irregular y que debía de estar centrada en atacar animales rezagados, enfermos o crías. En el período magdaleniense, hace cerca de 12.000 años, todavía encontramos diversas representaciones de mamuts, como en la cueva de Combarelles o de la Madeleine (ambas en la Dordoña), pero después dejan de representarse. Sea como sea, es evidente que el resultado final de las interacciones entre humanos y mamuts fue la extinción de estos proboscídeos.
Los antepasados de los mamuts salieron de África y se expandieron por Eurasia hace cerca de tres millones de años; algunas poblaciones de la zona de China y Siberia se adaptaron a las condiciones frías de la estepa y de forma progresiva suplantaron a otras formas anteriores [...]. Las formas adaptadas a las condiciones árticas tenían algunos rasgos característicos, como orejas y cola reducidas —para conservar el calor corporal—, un denso pelaje acompañado de una gruesa capa de grasa subcutánea y numerosas glándulas sebáceas que ayudaban a repeler el agua y a mejorar el aislamiento térmico. Hace cerca de doscientos mil años, el mamut había colonizado el norte de Siberia y se extendió después hasta el oeste de Europa, hasta llegar a la península ibérica. También se movió hacia el este, cruzó Beringia y penetró en el continente americano; de esta forma, ocupó la parte norte de tres continentes distintos.
Sin embargo, las poblaciones empezaron a declinar con la llegada del último gran máximo glacial, hace unos 20.000 años y ya nunca se recuperaron demográficamente. Quedaron algunas poblaciones aisladas en el norte de Siberia y en la isla de Wrangel, donde los últimos mamuts, considerablemente reducidos en tamaño y en diversidad genética, se extinguieron hace tan solo 4.300 años —es decir, más tarde que la construcción de las pirámides de Egipto—.
Desde el inicio de la disciplina del ADN antiguo, a finales del siglo pasado, el mamut se convirtió en un objetivo obvio para dichos estudios de recuperación de material genético del pasado. Existía una pregunta científica clara que sí podía ser contestada con las limitadas posibilidades técnicas de aquella época, que solo permitían la recuperación artesanal de pequeños fragmentos de ADN mitocondrial: la relación filogenética entre los mamuts y los elefantes actuales (los africanos y los asiáticos). [...]
Hoy día, con más información genética disponible, se estima que entre hace siete y cinco millones de años divergen, en primer lugar, los elefantes africanos y, en segundo lugar, los mamuts de los elefantes asiáticos, que serían por tanto sus parientes vivos más cercanos. Aunque en aquella época esto se percibía como un ejercicio puramente taxonómico, ahora sabemos que se trata de una información clave para la des-extinción, que requiere conocer con precisión la especie viva que es desde un punto de vista genético más similar a la que se pretende reinventar.
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